Los pequeños detalles son los que marcan la diferencia. Un hola puede cambiarte la vida sin apenas darte cuenta. Un día, cualquiera, que piensas que puede ser como cualquier otro, ese hola, a una persona desconocida que pronto pasará a ser conocida, luego amiga y luego más aún, te cambia tu modo de vida. Pasas de vivir por y para ti para preocuparte por los demás, aunque, en especial, por ella. Mides tus pasos e intentas ser la persona más perfectamente perfecta que puedas. Un día todo empieza a coger fuerza y sientes hasta miedo de tus sentimientos, pero ya no hay vuelta atrás. Has elegido querer a esa persona y no te arrepientes de ello, aunque eso signifique sufrir. Sabes que no hay ninguna como ella, que la chica ideal que esperabas hace años apareció un día de verano sin previo aviso, pero es así, lo mejor llega cuando no te lo esperas. Cada instante a su lado es una seguridad increíble, te sientes inmune a los peligros de tu alrededor, sientes que se protegen mutuamente. El mayor de tus problemas pasa a ser algo insignificante, reinventa el significado de las miradas y es capaz de transmitirte todo con un simple contacto directo entre vuestros ojos. Es inevitable sonreír y/o morderte los labios al mirarla porque es capaz de dejarte indefenso ante sus encantos. Ahí te das cuenta que estás enamorado, que esa chica es perfecta, a tus ojos. Da igual cómo la vean los demás, lo que digan de ella, para ti es ideal, perfecta, y es lo que verdaderamente importa. Lo único que quieres es despertar a su lado y darle los buenos días siendo a ti al primero que vea al levantarse. Sonreír como un idiota al oír su nombre. Y ahí, ahí todo cobra sentido y sonríes al pensar en ella. De esta forma, has pasado de ser un alma solitaria toda tu vida a estar enamorado de la chica perfecta para ti, el sueño de cualquiera.
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